Discurso para una graduación
Buenas tardes. Buenas
tardes a la gran familia que es el instituto Mariano Baquero Goyanes, una
familia formada por alumnos y profesores en primer término, pero también por
padres y madres y hermanos y abuelos, y, cómo no, por todos aquellos que
participáis del día a día en el funcionamiento del centro, desde abrir y cerrar
puertas a llevar en orden los asuntos de oficina: conserjes, administrativos,
personal de limpieza y mantenimiento, cafetería…
Todos
tenemos en el Baquero un encargo, una labor que desarrollar, una misión que
cumplir y, supongo, un compromiso de pertenencia; y entre todos hemos logrado
completar ese objetivo que nos marcamos hace justo cuatro cursos, en aquel
septiembre de 2014 que ya se aleja, ya difuminado en el recuerdo de cada uno, un
objetivo que de algún modo culmina el día de hoy, en esta tarde de junio de
2018 en que rendimos cuentas en forma de diplomas y, en algún caso, de despedidas.
Hace varias
semanas me designaron, y yo acepté, para decir unas palabras en este acto que
todavía no sé si es solemne o festivo, o una mezcla de los dos, nadie me lo
dijo; así que hasta ayer mismo he estado dándole vueltas al tono que debía
imprimirle para aportar algo interesante sin volver a dormir a nadie, sin aburrir
más de lo acostumbrado.
Primero
pensé –y lo pensé muy en serio- que escribiría unos versos de rima fácil, divertidos,
anecdóticos, llenos de gracia efímera, al estilo de los trovos que antiguamente
se improvisaban en las pedanías de la huerta.
Después
se me ocurrió redactar una carta de ciencia-ficción, inventándome un escenario
que se situase, por ejemplo, en el 2068, dentro de cincuenta años, e imaginando
con entretenidos argumentos futuristas el chorro de vida y de experiencia que
para esa fecha habría pasado por todos nosotros, sobre todo por vosotros, los
alumnos.
También
pensé hacer un discurso al revés, o mejor dicho, un contradiscurso, o más bien
una discursa (que es una modalidad textual que está muy de moda), para reírnos
todos y todas de esa moderna estupidez que consiste en dirigirse primero a las alumnas
y después a los alumnos, primero a las madres y después a los padres, y por
supuesto a las profesoras, a los profesores y a los profesoros, hasta entrar en
una absurda espiral de disparates y de disparatas y, por qué no, de disparatos.
Finalmente
decidí que mi intervención aquí debía adquirir un tono acaso menos extraordinario,
menos original, menos estrambótico; y llegué a la conclusión de que, ya que
íbamos a coincidir yo aquí arriba y vosotros ahí abajo quizá por última vez, no
podía renunciar a repetir unas pocas certezas que me vienen rondando en la
cabeza desde que me dedico a esto, hace ya más de dos décadas, cuando la mayoría
de vosotros no habíais sido pensados para la vida.
Empezaré
con una paradoja: estoy convencido de que lo último que tiene que hacer un
profesor es dar lecciones; a lo sumo, sí algún consejo, sí alguna indicación
bienintencionada, alguna verdad humilde y sincera basada en la propia
experiencia, y siempre a sabiendas de que equivocarse es un ejercicio muy saludable,
incluso necesario, la mejor vitamina que se conoce para seguir creciendo. Si yo
me pusiera a enumerar aquí todas las veces que me equivoqué como alumno o que
me he equivocado como profesor o como padre, las veces que he sentido que mi
destino y yo no estábamos siguiendo el mismo itinerario, me harían falta bastantes
folios más y muchos minutos más de los cinco que me han dicho que debo utilizar
y que, por lo que veo, voy a consumir con creces.
Pienso sinceramente, como profesor y como
padre, pero también como el ciudadano común y corriente que mira a su alrededor,
como persona, pienso que la verdadera enseñanza está sobre todo en el ejemplo,
nunca en la recriminación o en el desprecio, nunca en el castigo del tipo que
sea, y tampoco en ese afán competitivo que algunas pedagogías recientes nos
venden, ni siquiera en la recompensa interesada o en el chantaje de una
gratificación por alcanzar determinados logros.
A las
madres y padres no os voy a decir nada. De sobra sabéis que el vuestro es el
trabajo más difícil de este mundo, el más incierto y, a menudo, el más
descorazonador e ingrato, porque se sustenta en emociones que no siempre
encuentran comprensión. Tan solo quiero felicitaros, en nombre de mis
compañeros del claustro y del mío propio, por la graduación de vuestros hijos,
y animaros a que, de ahora en adelante, los reforcéis en positivo y sepáis aplaudir
lo bueno que hay en ellos, escuchándolos y aconsejándolos si es preciso, dándoles
el mejor ejemplo; pero cuidado: dejándoles ser ellos mismos.
En otro
discurso de graduación, el malogrado Steve Jobs, una de las grandes
inteligencias de la actual revolución tecnológica, dijo a la nueva promoción de
graduados: “Vuestro tiempo es limitado, así que no lo malgastéis viviendo la
vida de otro. No dejéis que el ruido de las opiniones de los demás ahogue
vuestra propia voz interior. Y lo más importante: tened el coraje de seguir a
vuestro corazón y a vuestra intuición, porque solo vuestro corazón y vuestra
intuición saben lo que tú realmente quieres ser. Todo lo demás es secundario.”
Y a
vosotros, alumnos y alumnas de los primeros bancos, os quiero agradecer a
título personal, honestamente, que hayáis sido mis alumnos y alumnas. He
aprendido de vosotros, de todos, más de lo que vuestra juventud sospecha, he
aprendido de los grupos y de los individuos, en el aula y fuera del aula, y sin
que os dierais cuenta me habéis ayudado a encontrar mi sitio en la sociedad, mi
lugar en el mundo. Sí, yo soy quien soy gracias a vosotros: soy el de Lengua o
soy el de Literatura, o soy simplemente Pedro con todas mis manías y defectos, o
soy cualquier otro apodo o sobrenombre ingenioso que me hayáis colgado en estos
años; por ejemplo, ese que estáis pensando.
Quiero
añadir, para terminar, que confío, que confiamos en todos y cada uno de
vosotros. Os necesitamos, la sociedad a la que pertenecemos os necesita, y
necesita lo mejor de cada uno de vosotros. En este mundo tan cambiante hacen
falta médicos buenos y sensibles, ingenieros eficaces y comprometidos con el
medio ambiente, políticos honestos que respeten a los ciudadanos a los que representan,
periodistas que informen con rigor y objetividad, empresarios y obreros
responsables, científicos, inventores, artistas…
Pero
sobre todo, hagáis el trabajo que hagáis, os dediquéis a lo que os dediquéis, lo
que necesitamos son quijotes, muchos quijotes; el mundo está necesitado de
personas que, como aquel hidalgo de La Mancha, defiendan sus sueños frente a los falsos gigantes
y a los malvados encantadores; hacen falta personas que nos convenzan de que no
hay batallas perdidas; seres humanos que comprendan al que es diferente, que
sepan tolerar al que no piensa igual, al que siente de otro modo, al que heredó
otra cultura o se vio forzado a cruzar fronteras; personas buenas y sanas que
conviertan sus trabajos y sus vidas en espacios de respeto y solidaridad; personas
que eleven puentes donde otras se empeñan en levantar muros.
Decía
un escritor al que admiro, José Saramago, que todos acabamos llegando adonde
nos esperan. Yo confío en que vosotros y vosotras, todos, acabaréis llegando
adonde se os espera, porque eso significará que estáis cumpliendo vuestro
sueño, ese sueño que hoy os pertenece y que nada ni nadie debería imponeros.
Vivir
es ir dejando cosas atrás y mirar de cara al día siguiente. Así que buena
suerte y… ¡adelante!
[Leído en el Salón de Actos del instituto la tarde del miércoles 27 de junio de 2018, con motivo de la graduación de los alumnos de 4º ESO - promoción 2014-2018]
[Leído en el Salón de Actos del instituto la tarde del miércoles 27 de junio de 2018, con motivo de la graduación de los alumnos de 4º ESO - promoción 2014-2018]
Comentarios
Publicar un comentario